sábado, 24 de julio de 2010

EL MOMENTO


Ese día me sentí particularmente solo, casi no pronuncié palabra alguna, solo me limite a tomar apuntes en clases. Las mañanas de día lunes no suelen ser fáciles para mí, pues luego de haber pasado el fin de semana tranquilo, vuelvo a ver nuevamente el alboroto que arma la gente reunida en masas: ruido, suciedad, gritos, etc. En fin, quise volver luego a casa. Una hora, y a veces más, tardo en llegar de la universidad a casa en el transporte público (otra de las razones por las que odio la universidad), en auto no es mucha la diferencia de tiempo, pero al menos voy cómodo. Subí al metro, no quise luchar por un asiento, es inútil, pues siempre hay alguien que lo necesita más que uno. Por ello me dirigí a la parte en que se unen los vagones, con aquel suelo de lata articulado para que el tren pueda doblar. Ahí me senté, dispuesto a pasar media hora escuchando música. Posteriormente otras personas se sentaron cerca, de similar manera a la mía.

No recuerdo en que estación subió aquella chica, solo me percaté de ella cuando se sentó en frente, también iba escuchando música. Saco un pequeño cuaderno y un lápiz de un bonito morral que llevaba, y comenzó a escribir algo. Yo iba sumido en mis propios pensamientos, con los ojos casi todo el tiempo cerrados, tratando de estar ausente. Sumido en mis habituales pensamientos negativos de día lunes antes de almuerzo, recordando momentos del verano pasado y sufriendo con una que otra canción cargada de nostalgia. Quejándome de esta y aquellas otras tantas veces que me he sentido tan solo no obstante estar rodeado de gente, de rabia y amor reprimido, injusticias y otras emociones que he dejado mermar en mi mente sin permitirles ni un solo escape, ni una sola gota. Sin embargo ahí están alojadas aquellas emociones, como aguardando algo, no se que, supongo que algo o a alguien que las sacie.

Derrepente el tren se detuvo, abrí los ojos y vi que la chica se ponía de pie para bajarse. Con su brusco movimiento se deslizo desde su morral el lápiz con el que escribía y fue a dar cerca de mí. Dude un momento en levantarme para recogerlo y entregárselo, pues como andaba bajoneado pensaba mucho antes de hacer las cosas. Me decidí y fui a recoger el lápiz antes de que la chica se alejara mucho, pero las puertas se cerraron precipitadamente. El tren comenzó nuevamente su lenta marcha, y yo me arrepentí de no haberme levantado antes. En cosa de segundos el tren frenó abruptamente, causando que varias personas perdieran el equilibrio. Se oyeron un par de gritos, las puertas se abrieron y ordenaron por alto parlante a los pasajeros que descendieran de la estación. Salí sin entender aún que sucedía, todos estaban desconcertados. Casi al final del andén un par de guardias luchaba por mantener alejados a unos curiosos. Me acerque junto a unos desconocidos, me abrí paso a empujones entre la gente y quede paralizado al mirar el riel… vi el morral de la chica junto a un charco de sangre.... se había suicidado y yo aún tenía su lápiz en la mano.

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